Tras el pecado

Pese a que en nuestro ánimo esté olvidar cuanto antes este año 2020, si la humanidad queremos pervivir deberíamos grabarlo a fuego en nuestras memorias y que la historia no sea benevolente. De nada servirá, entonces, tanto sufrimiento. El de ahora y el que nos queda.

Reconstruir el mundo, tras esta extraña guerra, como siempre, costará. Y en esta ocasión no se trata de levantar edificios derruidos, de arreglar puentes bombardeados, de hacer carreteras nuevas. No. Esta, más que una reconstrucción debe ser una deconstrucción. Este año debería marcar un punto de inflexión, como un rincón de pensar para la humanidad. Un ejercicio de confesión pero a la inversa, con sus correspondientes pasos, esos que aprendimos en la escuela: examen de conciencia, contrición, confesión y penitencia.

Los pecados cometidos los conocemos, nos han llevado a esta situación el menosprecio y las agresiones al planeta. El abandono de las tierras de cultivo sostenible y su sustitución por cultivos intensivos y monocultivos a merced de multinacionales que degradan el medioambiente, acabando con la diversidad de flora y fauna. Paulatinamente se ha ido vaciando el medio rural y nos hemos ido hacinando en grandes urbes, donde tocamos a medio árbol por familia y 2 metros cuadrados de césped. Entretanto, la España vaciada agonizante, reclama para sí los servicios que no llegan, nunca llegan. Como el tren.

Y sin tiempo para vivir nos han ido atrapando, como a hámsteres en sus ruedas, en jornadas maratonianas de trabajo, con sueldos que no dan para vivir esa vida que no tenemos. Porque se está produciendo una paradoja terrible: el hecho de tener un trabajo ya no es un indicador que te salve de la exclusión social. Cada vez más personas noviven con menos.

No, la pandemia no está siendo igual para todas las gentes. Un confinamiento en 70 m2 interior, sin trabajo, sin ingresos y con bocas pequeñas que alimentar es lo más parecido a una guerra. De poco sirven que no escuchemos los bombardeos de aviones, si el rugir de tripas no nos deja conciliar el sueño. Si este invierno ni calefacción, ni agua caliente. Si el Ingreso Mínimo Vital tan cacareado no acaba de llegar. Si no hay opción de trabajar ni en la economía sumergida. ¡Ay de esos miserables que hasta en los ERTES están defraudando!

Que nuestro sistema de salud tenía una salud solo para ir tirando no es ya discutible. Cierto es que para aguantar una embestida como esta tenía que tener mucho músculo, estar muy en forma y con reservas para una gran maratón. De eso a que estuviera tan justito de medios materiales y humanos va un abismo. No se hizo caso a las mareas blancas que años atrás venían reclamando medios, que se acabara con las privatizaciones. Vino un virus de nada (eso nos dijeron) y nos encontramos tan desarmados que ni mascarillas podíamos comprar si no eran a precio de oro (¿lo recuerdan?). Y no, en esta guerra no se ha visto sangre, pero sí cadáveres. Quizá no hayan hecho falta férulas para entablillar, pero sí numerosas bolsas, miles, para amortajar. Pero en esta tendenciosa nueva normalidad también se muere gente olvidada, la del cáncer no diagnosticado a tiempo, la de los infartos no atendidos, los crónicos de la atención médica vía telefónica.

Muertes silenciosas, tras los cristales, o las mamparas de metacrilato, son las de nuestros mayores en las residencias. Sí, este es otro gran pecado de nuestra sociedad. No hemos sabido, o no hemos querido, honrarlos como merecen. Se nos han muerto por miles, en soledad, aturdidos, con sus miradas perdidas, algunos nos han implorado con los ojos clavados en una pantalla que no les abandonáramos. Ellos, muchos, ya sabían lo que era una guerra. Nos lo habían contado, ¿lo recordamos? Los que ya son solo cifras de estadísticas erráticas no nos deberían dejar dormir. Los que viven, sin vivir, nos están reclamando lo que merecen, lo que se han ganado en su vida a pulso: dignidad.

Se está tardando mucho ya en dar esos pasos para que la atención a las personas dependientes y mayores se encamine hacia un modelo más humano. Y me temo, y mucho, que la crisis dejará aparcado este tema también.

Servirá la crisis —la económica sobrevenida por la pandemia— para hacernos los ajustes “necesarios”. ¿Por qué siempre será necesario ajustar los derechos de los que menos derechos disfrutan? Y en esa reconstrucción que tiene que llegar, tarde más o tarde menos, algunos harán caja, como siempre pasa. Y como pasa siempre, esa caja será a costa de espaldas y derechos de otros y de otras.

Tan largo es el inventario de derechos vulnerados que ha revelado la pandemia  que es imposible plasmar en un texto. Pero no podemos obviar que una mitad de la humanidad los tiene –siempre- en constante desequilibrio: las mujeres. Mujeres desempleadas, mujeres madres solas, mujeres embarazadas, mujeres víctimas de violencia, mujeres prostituidas, mujeres esclavizadas, mujeres empleadas de hogar, mujeres reponedoras, cajeras, mujeres auxiliares, enfermeras, celadoras, mujeres migrantes, niñas, mujeres. Mujeres esenciales. Y sí saben, sabemos, librar batallas. Aunque nunca ganamos una guerra. Mujeres en la retaguardia, o en avanzadilla. Mujeres que moviendo el mundo nos acusan de provocar pandemias.

Nos convoca la ONU a trabajar por la construcción de un nuevo modelo de sociedad pos-covid. Libre de racismo y de discriminaciones. ¿Sabremos hacerlo? Esa sociedad que tras cerrar el balcón después de los aplausos de las 8 salía, corriendo,  al rellano de la escalera a espantar a su vecina enfermera, o cajera para que no la contagiara.

¿Sabrá la sociedad sacar toda su solidaridad? Esa sociedad que cuando ya no hizo falta traer la compra al vecindario corrió a las fiestas privadas, tras el toque de queda.

Y si nos conmina la ONU  a un mundo más sostenible, ¿cómo vamos a conciliarlo con nuestro deseo de subirnos a un avión y volar lo más lejos posible a disfrutar esas vacaciones merecidas?

Lo que no dice la ONU, solo faltaría eso, es que tras el pecado vendrá la penitencia y nuestra condena  será la  extinción. Merecida la tenemos.

0 comments

Deja un comentario

Diputación de  Badajoz Diputación de Cáceres